Ser de Ilusión y Muerte

I. Rosas

      ¿Cómo, si estás ya muerta,
la pena mira así,
viva, en tus ojos todavía negros?
      ¿Qué es lo que muere, entonces, la alegría?
¿Qué es, entonces, lo eterno, la tristeza?

II. Azul primero

      Me despertó un olor suave,
y vi una estrella
que se iba, sonriendo, de mis ojos;
(sonriendo de haber estado
toda la noche frente a mí,
desnuda, y perfumando, —y sonriendo.)

III. Caminos de la tarde

      Los caminos de la tarde,
se hacen uno, con la noche.
Por él he de ir a ti,
amor que tanto te escondes.
      Por él he de ir a ti,
como la luz de los montes,
como la brisa del mar,
como el olor de las flores.

IV. Luna grande

      La puerta está abierta;
el grillo, cantando.
¿Andas tú desnuda
por el campo?
      Como un agua eterna,
por todo entra y sale.
¿Andas tú desnuda
por el aire?
      La albahaca no duerme,
la hormiga trabaja.
¿Andas tú desnuda
por la casa?

V. Y las chispas me alumbraron

      El misterio se acercó
tanto a mi propio misterio,
que yo sentí que me ardían
los bordes mismos del sueño.
      Se me acercó tanto, tanto,
que saltó chispas mi cuerpo,
y las chispas me alumbraron
el misterio y mi misterio.

VI. Es mi alma

      No sois vosotras, ricas aguas
de oro las que corréis
por el helecho, es mi alma.
      No sois vosotras, frescas alas
libres las que os abrís
al iris verde, es mi alma.
      No sois vosotras, dulces ramas
rojas las que os mecéis
al viento lento, es mi alma.
      No sois vosotras, claras, altas
voces las que os pasáis
del sol que cae, es mi alma.

VII. Valle tranquilo

      Muerto que duerme
su honda verdad,
brota la rosa
gris de la paz.
      Sangre en su cáliz;
fe en luz final
que alumbra el aire,
que alisa el mar.
      Y el vivo aspira en
su soledad
la onda más quieta
de lo inmortal.

VIII. Las manos que son las hojas

      Las manos que son las hojas
se despiden y se caen.
Cada vez hay menos manos,
más aire, cada vez hay.
Los celestes y los grises
se acomodan o se esparcen
en el espacio visible,
que cada vez es más grande,
en un debatirse hermoso
de nuevas inmensidades…

Juan Ramón Jiménez (1881-1958)